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  • Foto del escritorRubén Darío Orozco Palacio

El desgaste del discurso presidencial

Nuestra comunicación inicia y se consolida con la oralidad, de ahí que sea tan valioso evitar al máximo caer en la trampa del desgaste, que no es otra que la de retórica simple, vacua, insulsa e inoperante por la poca efectividad que la constituye. Los literatos, filósofos, comunicadores y, fundamentalmente los políticos, son quienes más evitan caer en este vacío lingüístico denominado desgaste o más coloquialmente, “habladera vacía”.

En este mes se agenda en las Naciones unidas, ONU, la presentación de discursos de la mayoría de jefes de Estado o gobernantes de todo el mundo, y es la ocasión de escuchar las visiones que tienen sobre sus gobiernos, las problemáticas de sus países y actualizando, en el mejor de sus estilos, una cantidad de datos contundentes con el propósito de llamar la atención de otras latitudes hacia las particulares de cada uno.

Y resulta que se escucha de todo: desde folclorismos que provienen de los países con autoritarismos, hasta ofensas mutuas entre unos y otros, según se estén presentando los conflictos actuales como el del Medio Oriente, entre Israel y sus vecinos.


Es así como, se alcanzan a diferenciar los alcances profundos en la geopolítica mundial con pronunciamientos de grandes estadistas responsables de políticas significativas e influyentes para el resto de los países, como las liviandades de figurones que no trascienden ni por sus posturas ni por sus influencias hacia los demás.

El mundo permanece atento a lo que digan los gobernantes de países del primer mundo, por la trascendencia que obtienen sus planteamientos en diversas esferas políticas, económicas o sociales. Ese es el atractivo de los líderes de EE. UU., Reino Unido o los países de Europa continental como Francia Italia Alemania, así como de tierras lejanas como Australia.


En este campo de atracción también descuellan personajes latinoamericanos como Nayib Bukele, quien, con la claridad en sus posturas y defensa firme de sus políticas, se ha convertido en autentica estrella de estos discursos. Igual ocurrió con el primer discurso de Javier Milleí, el gobernante argentino en las Naciones Unidas, que deslumbró por su estilo florido pero contundente al llamarle la atención a este organismo, por la forma parcializada como se manejan los Derechos Humanos, desde un lugar en donde menos deberían presentarse estos sesgos. Ellos no hacen discursos desgastados.

Este año lastimosamente Colombia ha ocupado el lugar de los folclorismos con la tercera exposición de nuestro presidente quien nuevamente presenta un discurso manido, insulso e intrascendente, que muestra una extraña intensión de convocar a la revolución mundial contra las oligarquías transnacionales. Cosa que suena abstracto, utópico y descontextualizado de la realidad que el mundo vive hoy en día, primer elemento de un discurso desgastado.  Se detiene, otra vez, en el escenario de la guerra entre Israel y Hamás, otro componente de su desgaste discursivo; por si fuera poco, no presenta pergaminos de trayectoria personal que le brinden autoridad moral para hablar sobre ello pues ni siquiera ha mencionado los dolores de la horrible violencia que se vive en el País, principalmente en el Cauca, a la que ni menciona ni contempla analizar, el tercer elemento que acaba en desgaste, pues no genera simpatía ni en su propio país.


Leídos esos tres aspectos encontramos las tres variables que muestran un discurso desgastado, sin efectividad ni trascendencia: Hablar de posiciones utópicas, abstractas sin tener contacto con elementos de la realidad, hace que el discurso pierda atractivo; mencionar aspectos violentos de otros lugares del mundo, que no tocan la fibra sensible del propio entorno, produce que el discurso pierda vigencia nacional y atractivo al país y en quienes lo escuchen. Hablar a un auditorio, que de forma entre intuitiva y racional, siente que no hay autoridad moral para mostrar conflictos externos pues la pierde al no decir ni una sola palabra sobre los propios, es lo que menos motiva a dar importancia relevante al discurso.


Así pues, hemos asistido a una versión más de un discurso presidencial desgastado, que solo muestra un afán muy personalista y ególatra de hacerse ver, pero que en ultima instancia, no lo logra y no lo podrá hacer porque queda en lo que coloquialmente se denomina “Habladera vacía”.


Lo importante de este hecho es que nos ayuda a identificar con mayor precisión como serán las cualidades que nos vendrán a mejorar en el futuro próximo, con la intención de gobernarnos mejor y alimentarnos con discursos de mayor calidad y nivel intelectual, que en contrataste con este tendrán que ser superiores.


Rubén Darío Orozco P.

Rector Anglo Español

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